América Latina en la era Trump | (parte 3)

Por Cortesía de nuestro miembro Wolf Grabendorff, politólogo alemán, consultor en temas de relaciones internacionales y de seguridad en América Latina. Fue fundador y director del Instituto de Relaciones Europeo-Latinoamericanas (IRELA) y ha dictado clases en varias universidades de Europa, EEUU y América Latina. Es profesor invitado en la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB), sede Ecuador.

…… Continuación

China: el nuevo elefante en la región

Durante largo tiempo, tanto dentro como fuera de la región, se subestimó la posición de China como socio clave de América Latina en materia de comercio e inversión. Sin embargo, tan solo en los últimos cinco años, el gigante asiático firmó amplios acuerdos de asociación estratégica con siete países: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela17. Los datos económicos hablan por sí solos. Desde 2017, China es el principal socio regional de Sudamérica en el área de exportaciones; fue un año en el que las exportaciones e importaciones latinoamericanas hacia y desde China aumentaron 23% y 30%, respectivamente, en parte porque la cantidad de medidas proteccionistas existentes en ese país es muy inferior a la que impone eeuu. Además, en la última década, las inversiones chinas en la región aumentaron en 25.000 millones de dólares para alcanzar un total de 241.000 millones; y según lo anunciado por el presidente Xi Jinping, en los próximos años se sumarán otros 250.000 millones18. De este modo, en lo que respecta a las inversiones directas en la región, las tasas de crecimiento chinas superan con holgura las de la ue y también las de eeuu.

Sobre todo desde la asunción de Trump, China ha destacado en repetidas ocasiones que la región tiene una importancia estratégica para su propio desarrollo y que el compromiso es a largo plazo. Además de las numerosas y estrechas relaciones bilaterales, cabe subrayar la fuerte cooperación con toda la región a través del Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). En la Declaración de Santiago19, no solo se acordó un plan de acción detallado para 2019-2021, sino que también se planteó la creación de una gran línea transoceánica de transporte, que se articule con el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Además, es interesante que se haya resaltado el futuro papel de China en la industrialización latinoamericana: hasta ahora, casi todas las inversiones provenientes de allí se concentraban en las áreas de infraestructura y extracción de materias primas. En este caso hay que considerar, por un lado, los intereses económicos de China y, por el otro, sobre todo, el peso político del país en el marco de la competencia global con eeuu y la persistente presencia de Taiwán en la región.

La declarada intención china de establecerse como potencia alternativa en el sistema internacional20 no se ha topado con voces críticas en América Latina y también por eso reafirma los temores geopolíticos en eeuu. Hay algo que para la región es fundamental: China no muestra interés alguno en exportar su propio modelo político, económico o social21. Allí radica la gran diferencia con respecto a las relaciones bilaterales y multilaterales que mantiene América Latina con eeuu y la ue. Muchos países de la región rechazan de diferentes maneras las críticas occidentales a su modelo nacional económico o social, que suelen ser percibidas como una violación de la propia soberanía y muchas veces han afectado seriamente las respectivas relaciones bilaterales y birregionales. En cambio, desde el punto de vista de China, una clara prioridad política es trabajar en el interés común con América Latina para establecer un orden mundial multipolar, que deje a ambos lados un margen mayor para imponer modelos nacionales de desarrollo.

Pero el famoso viraje latinoamericano a Asia no se limita únicamente a China. El mayor peso de las relaciones Sur-Sur también se refleja en el constante crecimiento del intercambio económico con la India, Corea del Sur y Japón, por citar solo a los tres principales actores asiáticos. Además del aumento que registra su volumen de inversión en la región, existe con los tres países una estrecha cooperación tecnológica. En América Latina, el «siglo de Asia» ya está mucho más presente y es mucho más palpable de lo que creen sus socios tradicionales: eeuu y la ue.

Rusia: la imagen redescubierta de un enemigo

El «nuevo» rol de Rusia en la región tiene menos que ver con cuestiones económicas que geopolíticas; con ocho acuerdos militares vigentes desde hace años, está marcado por un carácter estratégico. Desde el punto de vista ruso, independientemente de la coyuntura política interna que exhiban los diferentes países de la región, su cercanía geográfica con eeuu constituye un factor geopolítico determinante para involucrarse en América Latina (aunque sea con recursos financieros limitados). Rusia critica con suma dureza el apoyo político y militar proporcionado por eeuu a países de su propio entorno geográfico y considera entonces que su presencia a largo plazo en América Latina es legítima en términos geoestratégicos. En varios aspectos, la presencia rusa en la región parece más activa ahora que en tiempos de la Guerra Fría. Esto se explica no solo por el empuje de una muy intensa diplomacia presidencial, sino también por las actividades desarrolladas a escala multilateral, ya sea en el marco del brics o de la Celac.

El gobierno de Trump observa y critica especialmente las relaciones ideológicas y militares con Cuba, Nicaragua y Venezuela en la cuenca del Caribe, cuya importancia estratégica es clave para eeuu. Mientras tanto, desde la perspectiva rusa, los lazos «estratégicos» con Argentina, Brasil y Perú aparecen como un pilar fundamental de su presencia en la región. No se sabe en qué medida el apoyo a Cuba, Nicaragua y Venezuela debe ser visto como el «gesto de una superpotencia» en el marco de la confrontación global con eeuu; en la propia región el tema es controvertido. Pero Trump parece haberlo tomado como un desafío geopolítico en América Latina.

Perspectivas

La política de polarización del presidente Trump frente a sus vecinos del sur ha dañado gravemente las relaciones de eeuu (y de la ue) con América Latina y ha acentuado aún más la fragmentación regional, potenciada por las consecuencias de la globalización. Pese a las declaraciones oficiales en contrario y a las visitas presidenciales de carácter diplomático, la disposición para desarrollar una cooperación institucional intra- e interregional es muy limitada. Además, para muchos actores políticos latinoamericanos, la prioridad actual consiste en estabilizar el sistema hacia adentro, lo que reduce el apoyo a un debilitado orden liberal internacional y –como en otras partes del mundo– promueve la creación de estructuras autoritarias.

La manifiesta aversión de Trump hacia América Latina modifica el tono (poco) diplomático con el que se relacionan los políticos en el hemisferio occidental y comienza a quebrar el consenso interamericano básico, que había contado con un notable apoyo de Obama. Sin embargo, la «Doctrina Trump» sobre América Latina se apoya evidentemente en razones de política interna: ofrece a sus votantes una oposición casi bélica, pero sobre todo retórica, frente a los conceptos de política exterior vertidos por su predecesor. A lo sumo lanza amenazas, aunque no cambia sustancialmente las estrategias del gobierno de Obama22. Todo ello queda reflejado también en la retórica oficial mantenida sobre «los valores comunes dentro de las Américas»23. La política de Trump respecto a Cuba y a Venezuela sigue este patrón, que incluso puede observarse en las complicadas negociaciones sobre el tlcan. En particular, es el estilo político y el comportamiento populista de Trump lo que lleva a América Latina a hacer una reflexión general sobre el futuro de la democracia en la región. En las numerosas elecciones previstas para este año, cabe imaginar un «papel protagónico» del actual presidente estadounidense, fundamentalmente por la larga experiencia histórica de líderes populistas en la región. Más allá del perfil ideológico del candidato, la consigna podría ser «Primero México» o «Primero Brasil», con la idea de polarizar la campaña para vencer en los comicios; y para alcanzar éxitos económicos, podrían adoptarse estrategias y comportamientos similares a los que exhibe Trump. Su modelo de liderazgo gubernamental, tanto hacia adentro como hacia afuera, quizás sea más nocivo para las frágiles democracias latinoamericanas que los problemas bilaterales a los que han quedado expuestos algunos países de la región.

FIN

Foto: via Wikimedia Commons

 

 

 

 

 

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