América Latina en la era Trump (2a parte)

Por Cortesía de nuestro miembro Wolf Grabendorff

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Una política nacional recelosa frente a los «vecinos del sur»

Para el gobierno de Trump, el eje de todas las consideraciones políticas es el «poder de caos» de América Latina. Desde el comienzo de la campaña electoral, el tema central fue el freno a la inmigración, que ya había sido marcado en gran medida por el gobierno de Obama; su aplicación dio lugar desde entonces a millones de deportaciones (sobre todo a México y Centroamérica) y redujo aproximadamente en 30% la inmigración ilegal en la frontera con México en 2017. Como medida de seguridad nacional, Trump impulsa la expulsión masiva de los ilegales pertenecientes a la población hispana, que con 18% representa la minoría más grande y de más rápido crecimiento en eeuu. Del mismo modo, pregona incesantemente que un muro a lo largo de la frontera con México servirá para proteger de manera duradera la «frontera abierta» hacia el sur, a fin de evitar el ingreso tanto de inmigrantes como de drogas. Dentro de las pocas iniciativas orientadas a América Latina, Washington prioriza entonces su temor a un «desborde» del crimen organizado extendido en la región.

El concepto inherente del aislamiento no solo contradice la noble tradición de eeuucomo tierra de inmigrantes, sino que además echa un manto de «sospecha de infiltración» sobre toda la región –no únicamente sobre México– y ve en los vecinos un peligro para la «seguridad nacional». Esta percepción de peligro se arraiga en el mayor peso político y económico de los hispanos en eeuu, pero también en los nuevos movimientos migratorios de carácter político provenientes de Centroamérica y Venezuela, así como en una probable «migración ambiental» desde los países insulares caribeños.

Aunque la histórica «migración laboral» mexicana mostró una tendencia descendente en los últimos años, Trump teme ahora que se registren nuevas olas migratorias, que podrían dar cabida a criminales, narcotraficantes y tal vez terroristas. Esto coincide con la mirada tradicional de numerosos presidentes republicanos, que al posarse en América Latina resalta sobre todo tres peligros para eeuu: el crimen organizado, que se establece más allá del narcotráfico; la presencia estatal limitada, que facilita o incluso promueve esta situación; y el posible escenario de un terrorismo transnacional.

Sobre todo los votantes blancos de Trump responsabilizan a los hispanos por la enorme pérdida de puestos de trabajo sufrida durante la última década, aunque la mayor parte de esa pérdida debe atribuirse a la política deliberada de deslocalización que aplican las empresas estadounidenses. En eso se basan seguramente las dos razones principales del ataque de Trump al concepto del libre comercio, que siempre ha sido enarbolado por el Partido Republicano y denunciado tanto por los sindicatos como por el Partido Demócrata, que lo considera una causa del desplazamiento de puestos de trabajo desde eeuu hacia países como México, donde los costos laborales son mucho más bajos.

Presión geopolítica sobre países importantes de la cuenca del Caribe

El esquema de relaciones del gobierno de Trump sigue una lógica bilateral y se concentra en los «países conflictivos» de la cuenca del Caribe: México, Colombia, Cuba y Venezuela. Solo logró concitar una atención política similar Argentina, cuyos cambios en el modelo de desarrollo y en el estilo de liderazgo son percibidos como positivos para los intereses de eeuu, mientras que Brasil –la única gran potencia latinoamericana– ha recibido hasta ahora escasa consideración pública por parte de Washington.

Con la evidente excepción de Cuba y Venezuela, todos los presidentes de la región se han esforzado por establecer rápidos contactos personales con Trump y pronto descubrieron que las ventajas o desventajas en las relaciones bilaterales dependen casi exclusivamente de su vínculo con la Casa Blanca. Hasta ahora, las negociaciones bilaterales se caracterizan por acuerdos ad hoc y por el otorgamiento o la denegación de ventajas comerciales, lo que frecuentemente lleva a confusiones y desencantos en algunos países. La cuestión de los aranceles sobre el acero y el aluminio es un buen ejemplo de cómo funciona este estilo político: en marzo de 2018, Trump impuso tasas adicionales a escala mundial, pero México y Canadá quedaron exceptuados de la medida y Argentina y Brasil lograron un beneficio similar.

Lo que más parece interesar a Trump es lograr ventajas competitivas para las empresas estadounidenses en los mercados internacionales y contribuir así a reducir el déficit comercial crónico de su país. En ninguno de los casos habidos hasta la fecha se vislumbran «medidas defensivas» efectivas por parte de América Latina para atenuar los efectos asimétricos; y es algo que aparece como poco factible debido a la falta de cohesión regional.

México: graves problemas con los vecinos

Pese al enfoque inicial radicalizado del presidente Trump y a su retórica racista, la reconfiguración de la política de vecindad con México no ha conducido hasta ahora a una ruptura permanente de las relaciones (siempre difíciles) entre ambos países, aunque sí llevó al gobierno azteca a emprender una tarea de diversificación sin precedentes para mejorar las relaciones con Sudamérica, Asia (especialmente China) y Europa. A pesar de los directos y repetidos insultos propinados por el presidente estadounidense, son muy pocas y moderadas las declaraciones que ha habido en América Latina para solidarizarse con México. Esto también expresa el escaso grado de presencia regional y apoyo político en confrontaciones nacionales críticas con eeuu, país que sigue siendo considerado muchas veces como potencia hegemónica.

Existe la posibilidad de que México promueva una reorientación general frente a su poderoso vecino, aunque eso dependerá del resultado que arrojen las negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan) y, sobre todo, de lo que ocurra en julio de 2018 en las elecciones presidenciales. Debido al múltiple entrelazamiento económico que se registra entre ambos países en casi todos los niveles (y que se ha consolidado durante más de dos décadas a través de las experiencias del tlcan), las opciones de México son muy limitadas si se termina anulando el tratado. Sin embargo, más que a una rápida salida como la proyectada por Trump, el camino apunta a extender el proceso de negociaciones sobre el tlcanhasta después de las elecciones presidenciales de julio.

La estrecha colaboración en materia de seguridad establecida entre los países vecinos es un punto importante que juega a favor de México en las negociaciones. Esta no se limita únicamente al problema de las drogas y la lucha contra los carteles, sino que en los últimos años se centra también en el control de las olas de refugiados procedentes de Centroamérica. Washington ve con muy buenos ojos la estricta política migratoria aplicada por México frente a sus vecinos del sur, y desde los sectores militares estadounidenses se destaca el rol del tlcan como garante de la seguridad nacional. No obstante, Trump afecta las relaciones de vecindad y genera consecuencias duraderas e imprevisibles en muchos ámbitos políticos, que no quedan restringidos al plano bilateral.El voto en las próximas elecciones presidenciales mexicanas podría verse influido por las nuevas «heridas políticas» que Trump le ha infligido al país. Para eeuu, desde los tiempos de la Revolución Mexicana, siempre fue fundamental evitar que en el país vecino se produjera un cambio de sistema capaz de impulsar una política más nacionalista y menos proclive al mercado. Andrés Manuel López Obrador, ex-jefe de gobierno del Distrito Federal y actual líder en todas las encuestas, se presenta como candidato por tercera vez y cuenta ahora con buenas chances de imponerse debido a la profundización del clima antiestadounidense que vive el país. Su triunfo podría marcar un camino menos favorable a los mercados. El peligroso triángulo de comercio, migración y posible cambio político y económico convierte a México, por lejos, en el mayor factor de riesgo para la política exterior de Trump en América Latina.

Colombia: socio estratégico pese a la presión de Washington

Colombia es considerada tradicionalmente por eeuu como su aliada más leal en Sudamérica. El Plan Colombia, dirigido a estabilizar a un Estado debilitado a lo largo de décadas por el conflicto armado, ha sido alabado por distintos ocupantes de la Casa Blanca como uno de los mayores éxitos de la política exterior estadounidense en los últimos años. La amenaza de Trump, que apunta a categorizar nuevamente a Colombia como «poco confiable» en sus compromisos contra el cultivo y el tráfico de drogas debido al aumento en la producción, afecta gravemente a un país que atraviesa una difícil etapa, orientada a aplicar el acuerdo de paz firmado en 2016 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc).

El gobierno de Obama apoyó activamente el proceso de paz, que resulta absolutamente controvertido en el propio territorio colombiano. Varios años después, la presión ejercida desde Washington en la lucha contra las drogas podría generar nuevos conflictos y aumentar la inestabilidad política. En particular, la reunión «secreta» que mantuvo Trump en abril de 2017 con los ex-presidentes Álvaro Uribe Vélez y Andrés Pastrana, destacados opositores al proceso de paz con las farc, desató el temor de que el nuevo gobierno estadounidense reduzca la ayuda financiera prometida para el proceso de paz o la condicione al cumplimiento de requisitos adicionales para el país en su política antidrogas. Aquí tampoco se debe subestimar el efecto interno provocado por la crítica de Trump al aumento en la producción de drogas; porque incluso en un país conservador como Colombia el clima antiestadounidense se ha acentuado mucho en la campaña electoral. Por otra parte, en lo que respecta a la colaboración en materia de seguridad, Colombia sigue siendo uno de los principales aliados en la región, con presencia en varios países centroamericanos e importancia estratégica para cualquier escenario imaginable de una Venezuela sacudida por la crisis política y humanitaria. En especial, la rápida llegada y aceptación de más de un millón de refugiados podría traer consigo una gran conmoción interna en el país.

Cuba: poco margen de acción hacia adentro y hacia afuera

Trump mira a Cuba y a Venezuela desde una perspectiva vinculada básicamente a la defensa de los derechos humanos y la democracia, conceptos que –más allá de estos casos– casi ni menciona y quedan relegados, a pesar de ser uno de los problemas más extendidos de la región. Ambos países fueron calificados una y otra vez por el ex-secretario de Estado Rex Tillerson como las lamentables excepciones dentro de un hemisferio occidental democrático. Al mismo tiempo, se reclama una política regional común que impulse su «democratización». Después de casi 60 años bajo el poder de los hermanos Castro, este año comenzó la primera transición política en el sistema de la Revolución Cubana, pero sin que ello implique un cambio profundo en el actual régimen. Dado el contexto, cabe esperar que aumente la presión política y/o económica por parte del gobierno de Trump. No obstante, a diferencia de lo que ocurre con Venezuela, parece poco probable que los países latinoamericanos se sumen a esta política.

La política exterior estadounidense muestra una clara continuidad frente a ambos países, aunque Trump ha intentado revertir al menos una parte de las flexibilidades otorgadas a Cuba. Lo ha hecho casi exclusivamente por motivaciones internas, con la idea de satisfacer las expectativas políticas de una franja de sus votantes perteneciente a la comunidad de cubanos exiliados en la Florida. Cuba suponía que la mejora en su relación bilateral con eeuu traería también cambios económicos. Pero la áspera política del presidente Trump (incluida la «advertencia sobre los viajes», que restringe mucho la llegada del turismo estadounidense) echó por tierra esas aspiraciones, así como la esperanza de que se produjera un pronto cese del bloqueo comercial.

Debido a la «normalización» de las relaciones con el Norte (eeuu y la Unión Europea) y al marcado viraje político en la región, Cuba cuenta ahora con menos margen de acción en su política exterior. Es difícil prever en qué medida China y Rusia querrán o podrán suplir el amplio respaldo económico que proporcionaba Venezuela, máxime cuando ambas potencias son tildadas cada vez más por el gobierno de Trump de «perturbadoras de la paz» en la región.

Venezuela: un problema regional largo tiempo subestimado

A comienzos del siglo xxi, al analizar la situación de sus países vecinos, el temor de eeuu por una posible desintegración de los Estados se centraba en los casos de Colombia y Haití. Ahora la sensación de amenaza se ha trasladado a Venezuela, que ya ha producido casi cuatro millones de emigrantes, aunque dentro de este contexto también se menciona a los tres países del norte de América Central e incluso a partes de México.

Inicialmente, Trump actuó como si no valiera la pena dedicar demasiado esfuerzo político a Venezuela, más allá de la insistencia para que los países de la región y la uese unieran a las sanciones estadounidenses contra políticos y militares. Sin embargo, con el paso del tiempo, Venezuela podría convertirse para Trump en un verdadero caso piloto, válido para medir la disposición a cooperar con América Latina. Aunque su «solución militar» no parecía ser algo serio, sino un recurso para aumentar la presión, el anuncio logró que disminuyera aún más la confianza en eeuu y en su capacidad para resolver problemas.

Es por ello que en la gira que realizó en febrero de 2018 por países de América Latina (México, Perú, Argentina, Colombia y Jamaica), Tillerson puso el acento en el «problema regional» de Venezuela y en la necesidad de elaborar una estrategia hemisférica para restablecer la democracia. eeuu, Canadá y México aparecieron entonces como los miembros fundadores de esta «coalición de la voluntad», con Argentina como «vocera» del grupo debido a la manifiesta posición crítica de Mauricio Macri respecto a Caracas.

Entre los múltiples desafíos que enfrenta eeuu en la región, el de Venezuela es sin duda el más difícil. Contradiciendo los primeros pronósticos, el régimen de Nicolás Maduro ha logrado sostenerse pese a una situación económica cada vez peor, en alguna medida gracias a los graves errores de una oposición fragmentada. Aunque el apoyo de China y de Rusia no es desdeñable, tampoco debe sobrestimarse, ya que la presencia geopolítica de estas dos superpotencias apunta más a Venezuela como gigante petrolero que al mantenimiento en el poder de su actual presidente.

La posibilidad de una solución militar mencionada por el presidente Trump generó una ola de protestas en la región, incluso dentro de los países más alineados con eeuu, como Argentina, Chile, Colombia y Perú. Al mismo tiempo, desacreditó sus esfuerzos orientados a alcanzar una salida interna en Venezuela a través de una mayor presión ejercida por el Grupo de Lima y la oea. Para Trump, quien supuestamente es más afecto a las demostraciones militares de poder que su antecesor8, una intervención de este tipo plantearía problemas imprevisibles no solo en la región, sino también en el propio país.

La situación extremadamente compleja en torno del régimen de Maduro demuestra que la mayor inseguridad en la región no solo responde al estilo personal de Trump, sino también a la falta de confiabilidad de un actor hasta ahora determinante en los conflictos políticos, como se consideró siempre a eeuu. En parte por las propias experiencias regionales con presidentes autoritarios, el carácter imprevisible del actual mandatario estadounidense parece un factor desestabilizador más para las relaciones interamericanas.

Pérdida de la hegemonía estadounidense y tensiones geopolíticas

La situación geopolítica de América Latina ha cambiado mucho en la última década. La orientación hacia Asia significa para la comunidad de países occidentales una evidente erosión de su propio modelo, que afecta no solo a eeuu sino también a la ue. Al drástico ascenso de los actores transnacionales se suma el mayor peso político adquirido especialmente por China y Rusia.

Desde la asunción de Trump, la política exterior estadounidense muestra falta de coherencia y una menor previsibilidad. La confianza en una cooperación fructífera y a largo plazo con eeuu sufrió consecuentemente un rápido debilitamiento en la región. Ese fenómeno se refleja en los sondeos, según los cuales apenas 16% aprueba la política aplicada por el presidente estadounidense en América Latina. La imagen de Trump y de eeuu en general se desplomó en la opinión pública de varios países, sobre todo en aquellos situados en su cercanía geográfica. Puede observarse asimismo un alejamiento del orden político marcado desde Washington, ya que se desconfía de su aptitud y se pone en duda el liderazgo estadounidense en América Latina. Pese a esta dinámica general, los grupos dominantes de muchos países de la región siguen aspirando a lograr relaciones bilaterales y además privilegiadas con eeuu.

Desde hace al menos una década puede observarse el esfuerzo de los países de la región por diversificar sus relaciones exteriores, en especial en el ámbito económico. Se trata de un proceso motivado por la globalización y por el consecuente desplazamiento de los ejes geopolíticos dominantes, en un contexto en el que la falta de unidad regional y los prejuicios ideológicos imperantes en América Latina le han impedido ocupar el papel de un nuevo e importante actor internacional. No obstante, en estos últimos años, cuando el orden mundial occidental evidenció un marcado declive y eeuu renunció con Trump a cualquier pretensión de liderazgo, la tarea de hallar nuevos «socios estratégicos» se convirtió también en América Latina en un componente central de la política exterior de casi todos los países, aunque muchos de ellos ya buscaban aliados extrarregionales (en el plano económico, pero también político) para mejorar las propias chances de desarrollo.

Ante las fracturas en el sistema internacional, la región ya ha incorporado nuevas claves como marco de referencia: el declive de eeuu, el ascenso de China, la menor influencia normativa de la ue, la mayor autoestima de las potencias emergentes y la crisis de legitimidad de los organismos internacionales. El perfil de su política exterior se enfrenta así a cambios muy variables, que suelen registrarse en el corto plazo y en el plano nacional.

…     Continuará

 

Foto: Trump y Bolsonaro via Wikimedia Commons

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